María, tenía mucha vergüenza
y miedo a la vez. Por poder perder a esa persona, tan especial para ella. Tan
solo era una chica joven, de diez y seis años, para ser exactos. Estaba
bastante enamorada de un hombre, no tan joven, tenía veinticinco años. Bueno,
tampoco es que fuera un hombre mayor, pero, para una chica de dieciséis, creo
que si.
Al recibir la noticia de que
el hombre tenía que emigrar a otro país, se puso muy triste, y lloró durante
tres días. Al cuarto, el hombre, su querido Alfonso tuvo que marchar.
Le acompaño a la estación,
se puso unos tacones de charol, junto a unas gafas de Sol, su pulsera dorada y
su vestido de Prada.
Alfonso, tuvo que subir al
tren, fue muy difícil, pero le dijo:
-Espérame, querida María, recuerda que cada día, cuándo
la luz del alba nazca. Espérame en este banco de color azul, como tus ojos y el
cielo e incluso el bonito mar.
-Esperaré lo que haga falta, pero también espero que tú,
nunca te olvides de mí y de toda la dulzura que tengo dentro.- Le respondió
María muy angustiada.
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